Así, el chalecito tenía una capilla, que llegó a ser la parroquia Reina de los Ángeles, y que ahora tiene un templo nuevo y más espacioso a escasos diez minutos andando. La visita formaba parte del recorrido que están haciendo durante toda esta semana para conocer diferentes realidades de la Iglesia.
Como se afirma desde el Secretariado para el Sostenimiento Económico de la Iglesia de la CEE, una parroquia es «lugar de anuncio de la fe, de la Buena Noticia; de celebración, con los sacramentos, y de vivencia de la parte caritativa». Así, «fruto de esa fe que se anuncia, celebra y vive es esta ayuda a personas con discapacidades intelectuales» que viven en el Hogar Don Orione. Y los sacerdotes que atienden la parroquia y la obra «se sostienen gracias al dinero de la X».
LA LLEGADA DE LOS VIAJEROS
Los viajeros, 15 en total, han llegado pasadas las 10:00 horas a las puertas del centro, donde han sido recibidos por Ana Moral, la directora. Allí han tenido una primera aproximación a lo que se iban a encontrar y han manifestado su interés por conocer detalles del funcionamiento y perfiles de los residentes. La directora les ha explicado que hay 114 personas viviendo (todos ellos hombres, manteniendo el espíritu inicial de la fundación) y 123 trabajadores, más ocho religiosos y tres religiosas. Son personas no con capacidades diferentes, sino con habilidades diversas, como prefieren decir en la familia orionista. Los 15 viajeros, que no marcan la X en la renta, fueron seleccionados por la CEE en un casting de entre más de 200 personas y ahora están haciendo un «doble viaje»: recorrer realidades de la Iglesia «y el viaje interior», pues «se están interpelando» La labor de la Iglesia «no deja indiferentes» a los pasajeros del autobús
Cuando la Pequeña Obra de la Divina Providencia llegó a Pozuelo, se instalaron en un pequeño chalecito en una colonia cercana a Aluche. Siguiendo los impulsos de su fundador, dos religiosas venidas de Italia habían indagado quiénes eran «los más olvidados de los olvidados»; los «predilectos», como los siguen llamando hoy en día. Entonces, año 1967, eran los que se denominaban «subnormales profundos». Y a ellos buscaron para fundar su primer hogar. Lo han podido comprobar a la entrada del hogar, en la que hay colgados hechos por ellos mismos en diferentes texturas, colores y formas. O en cómo nadan en la piscina climatizada, una de las actividades fundamentales en su día a día para relajar cuerpo, pero también mente. Un gran cuadro de san Luis Orione preside la entrada del Hogar Don Orione, en Pozuelo de Alarcón. «Mira cómo te mira». La hermana María Irene, de la familia orionista, hace que nos fijemos en el retrato: ojos sonrientes que acarician y mirada penetrante que interpela.
UN HOGAR DE CONVIVENCIA
Don Orione se llama «hogar» porque es, de hecho, lo que representa para los residentes. Viven repartidos en grupos de 15 personas en ocho hogares de convivencia con habitaciones, aseos, sala de estar y comedor. El servicio de cocina es común para todos. El estar en un hogar u otro lo marca el grado de autonomía del residente.
El día a día es como el de «cualquiera de nosotros», explica la directora: se levantan, se duchan (los dependientes cuentan con ayuda para esto), desayunan y comienzan las actividades: fisioterapia, musicoterapia, jardinería, arteterapia, terapia con caballos… La persona está en el centro del hogar, así la atención es totalmente personalizada. Se van de vacaciones y si pueden salir pasan el fin de semana con su familia. «Se trabaja para que tengan sosiego, paz; se trata de sacar el máximo potencial de ellos, aunque a veces, cuando están muy deteriorados, lo importante es paliar sus dolencias físicas», subraya Moral.
Los residentes llegan al Hogar Don Orione a través de la Consejería de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid. El más joven tiene 19 años y el más mayor, 74. De ellos, el 30 % no tienen familia, son tutelados, y por eso «se les arropa un poco más». En este punto detalla Moral un proyecto «muy bonito», Uno Más en la Familia, que consiste en vincular un residente a una familia voluntaria, que lo acoge como si fuera parte de ella.
«Es una experiencia muy enriquecedora —continúan desde el secretariado—, como Iglesia de puertas abiertas, para mostrar lo que es y lo que hace». Para los viajeros está siendo «un gran descubrimiento; de pronto se les ha abierto una ventana nueva». Les surgen inquietudes, dudas, que generan mucho diálogo. En definitiva, están haciendo un «doble viaje: el viaje en sí y el viaje interior; están reflexionando, se están interpelando, estas realidades no les dejan indiferentes».