La solidaridad es esa luz del túnel que necesitamos ver cuando estamos perdidos. Si no tenemos un faro guiándonos el camino, alguien que nos acompañe, es más difícil encontrar la salida a nuestros problemas. La solidaridad es la luz que nos dirige hacia la comprensión mutua y la colaboración esencial.
La relación entre la solidaridad y la Iglesia Católica es intrínseca. La solidaridad es un principio central en la enseñanza social católica. Desde los primeros escritos de la Iglesia hasta las encíclicas modernas, la solidaridad ha sido destacada como un valor fundamental que guía la acción social y moral de los católicos. La solidaridad en la Iglesia Católica incluye la preocupación por los marginados, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la paz y la justicia, así como la respuesta a las necesidades concretas de los menos favorecidos. Es un compromiso activo de trabajar por el bien común. Este principio se deriva de la enseñanza de Jesús sobre amar al prójimo como a uno mismo.
La Encíclica «Populorum Progressio» de San Pablo VI subraya la importancia de la solidaridad internacional y el deber de los países más prósperos de ayudar a aquellos con dificultades. Posteriormente, el Papa Juan Pablo II acentuó la solidaridad en su encíclica «Sollicitudo Rei Socialis», abordando asuntos de justicia social y desarrollo.
Las organizaciones caritativas y de desarrollo respaldadas por la Iglesia, como Cáritas, son ejemplos concretos de cómo la solidaridad se convierte en acciones. Estas entidades trabajan para apaciguar la pobreza, suministrar ayuda humanitaria en casos urgentes y abogar por cambios estructurales que siembren la equidad y la justicia.
Todos compartimos el mismo viaje en este planeta y debemos remar en la misma dirección. La solidaridad no conoce fronteras ni distinciones; trasciende las barreras culturales, económicas y sociales. Muchos entienden la solidaridad como la disposición activa de compartir los momentos de alegría y también las cargas de la adversidad. Ser solidario es unir lazos entre individuos y comunidades, es decir más allá de un gesto generoso temporal. Podemos decir que se crea una red de apoyo recíproco, cuando las personas se apoyan son más fuertes emocionalmente. Cuando nos ofrecen un hombro donde apoyarnos, hacemos frente a los desafíos juntos.
Además, en tiempos de crisis es cuando más se manifiesta la solidaridad y cuando más nos tenemos que apoyar unos a otros. Los ejemplos más claros son los voluntarios que se ofrecen para ayudar a quienes pasan por situaciones difíciles o países que colaboran para abordar desafíos comunes. De todas formas, la solidaridad no debería limitarse a emergencias o crisis puntuales. La solidaridad, no solo es ofrecer ayuda cuando es necesario, sino es crear estructuras sociales que aborden las desigualdades subyacentes. La creación de sociedades más justas y equitativas depende en gran medida de la voluntad de compartir recursos, oportunidades y responsabilidades.
A nivel personal, la solidaridad implica fomentar la empatía y la compasión, estar atentos a las necesidades de los demás, de manera proactiva. A veces, basta con escuchar atentamente a una persona que lo necesita, ofrecer desinteresadamente nuestro tiempo o una palabra amable, que alegre a los demás. La solidaridad es una filosofía de vida. Este faro del que hablamos es el que va a iluminar el camino hacia un futuro donde la colaboración y el apoyo mutuo son los primeros ladrillos para construir sociedades más resistentes y compasivas.