El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, presidió en Cendrole la misa con la concluyó la peregrinación a Treviso de los restos del Papa Giuseppe Sarto.
El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, destacó al final de la peregrinación a Treviso los aspectos fundamentales de la figura de San Pío X: su dedicación a la primacía de Dios, su caridad hacia los pobres y su compromiso inquebrantable por la paz. Estos son los rasgos distintivos del Pontífice, conocido por
El cardenal Pietro Parolin describió a San Pío X como «un enamorado de Dios, un amante de Su Palabra y del Evangelio de Jesús, que deseaba que todos conocieran a través de su catecismo. También era un apasionado de la Eucaristía, a la que convocaba a todos; un defensor apasionado de los pobres, por los que incluso sacrificaba su propia comida diaria para apoyarlos, aliviar sus sufrimientos y atender a sus necesidades esenciales».
El cardenal Secretario de Estado recordó que en su primera encíclica, E supremi apostolatus cathedra, Pío X declaró que estaba movido «a obrar y actuar» sólo por «la primacía de Dios en el mundo» y que «sólo ésta era su más profunda inquietud por la que, entre lágrimas, había aceptado la carga del pontificado». «Nosotros tenemos un solo propósito: ‘Renovar todas las cosas en Cristo, para que sea Todo y en todos Cristo'», escribió el Papa Sarto. «Venerar los restos mortales del Papa Pío X es reconocer su testimonio como hombre de fe, como hombre centrado en Dios», dijo el cardenal, «como hombre que buscó a Dios».
En cuanto a la virtud de la caridad, Parolin destacó que «fue una opción constante y practicada que Giuseppe Sarto vivió como joven sacerdote», mencionando los numerosos testimonios que hablan de su amor por los pobres y la solidaridad que mostraba hacia el prójimo.
Pío X tuvo un pontificado que no fue fácil a causa de las guerras que sacudían Europa a comienzos del siglo XX. Es por ello, que Parolin destacó que Satro “era un pastor», que cuidaba del rebaño que Dios le había confiado. Y en lo más profundo de él estaba el amor por la paz «y el rechazo a la guerra». «Fue un pacifista ante litteram, un pacifista no por opción político-ideológica, sino por coherencia de cristiano», especificó el cardenal Parolin, «iniciando así esa posición de la Santa Sede de equidistancia de todos los beligerantes que se convertirá después de él en la característica constante de los pontificados del siglo XX hasta hoy». «El deseo de paz es ciertamente un sentimiento común a todos, y no hay nadie que no lo invoque con fervor. La paz, sin embargo, una vez negado Dios, es absurdamente invocada’, leemos en la primera Encíclica de Pío X. ‘Donde Dios está ausente, la justicia está exiliada; y una vez quitada de en medio la justicia, en vano se alimenta la esperanza de la paz. La paz es obra de la justicia».