Prevost afirmó que muchos medios occidentales toleran la religión solo cuando esta no entra en conflicto con las normas éticas dominantes. En caso contrario, las voces cristianas son presentadas como ideológicas, dogmáticas y carentes de compasión. De este modo, se distorsiona la imagen del cristianismo, promoviendo una visión desfavorable de su mensaje.
La manipulación emocional y visual del discurso moral
Según Prevost, la cultura mediática construye un imaginario colectivo que despierta simpatía hacia prácticas contrarias a la moral cristiana —como el aborto, la eutanasia o la redefinición del matrimonio— sin recurrir a argumentos explícitos. A través de narrativas visuales y emocionales, especialmente en cine y televisión, se representa a quienes toman decisiones moralmente complejas como personas nobles y entrañables, mientras que el discurso cristiano aparece como rígido o excluyente.
Este fenómeno supone un reto crucial para la tarea evangelizadora. Los pastores, catequistas y teólogos deben estar formados no solo en teología, sino también en estrategias de comunicación que les permitan transmitir el Evangelio en un contexto ideológicamente condicionado.
El entonces padre Prevost estableció un paralelismo entre la situación actual y la vivida por los primeros cristianos en el Imperio Romano. Al igual que san Agustín, san Juan Crisóstomo o san Ambrosio se enfrentaron a las corrientes paganas de su tiempo, los evangelizadores modernos deben comprender a fondo el funcionamiento de los medios de comunicación.
No se trata de competir con el espectáculo —señaló—, sino de ofrecer el misterio de la fe. En este sentido, Prevost advirtió contra la tentación de convertir la liturgia en un mero show para atraer multitudes. Citando a Tertuliano, recordó que el espectáculo pertenece al mundo secular, mientras que el misterio es del Reino. La auténtica evangelización debe conducir al ser humano desde el ruido del entretenimiento hacia el silencio que permite el encuentro con Dios.